Ensayo: En búsqueda del verdadero amor

       
        
Hace algunos años conocí a una chica que soñaba con encontrar a su “príncipe azul”, casarse y vivir felices por siempre, como en las historias de las películas y novelas rosas que consumía. Tanto era su deseo, que lo convirtió en su objetivo; más tarde, en su obsesión. Fue así que, en su camino a la adultez, se encontró con muchos "príncipes" que finalmente se convertían en monstruos. O tal vez siempre lo fueron. 

        No importaba lo que ellos hicieran o cuánto la lastimaran, ella los perdonaba y se aferraba a las falsas promesas de «voy a cambiar» o «no voy a volver a hacerte daño» como si su vida dependiera de ello. Y sí, su vida dependía enteramente de su idea del amor y de su éxito por conseguir su “felices por siempre” con un hombre. Había dos caminos: el de los ganadores y el de los perdedores, el de los que continuaban o el de los que se rendían, y ella nunca había pertenecido a los del segundo grupo. Se consideraría a sí misma como un total fracaso si se permitía abandonar, por mucho que estuviera sufriendo en el proceso. Entonces, aguantaba ofensas, malos tratos e indiferencias. Se había convertido en una mártir sin conciencia de ello. Era una víctima, pero no sólo de esos monstruos, sino de sus propias idealizaciones. Cada día se esforzaba más, pero lloraba más; daba más de lo que podía, pero recibía menos; cedía ante todo y satisfacía sus peticiones, pero ella no podía expresar sus necesidades o emociones sin que le temblaran la voz al hablar. A pesar de todo, ella seguía creyendo firmemente que después de soportar tanto dolor, por fin tendría su recompensa: un hombre que la amara toda la vida. Finalmente, sí la tuvo. No la que ella quería, pero sí la que necesitaba.

        Después de tantas cicatrices en el corazón, palabras e imágenes hirientes tatuadas en su mente, algo dentro de ella se terminó de romper. Las novelas de amor que tanto le gustaban, en donde la protagonista sufría por su hombre amado hasta que conseguían su final feliz, ahora le repudiaban al haberlas reemplazado por novelas de mujeres que, como ella, también sufrían, aguantaban y tenían sus “finales felices”, pero sin serlo verdaderamente. Algo había cambiado en ella. No sabía qué era con exactitud, pero desde ese momento ya jamás podría volver a ser como era antes, y para nada quería serlo otra vez. Ahora, al mirar hacia atrás, no reconocía a la mujer que había sido en ese entonces. Le costaba siquiera imaginar que alguna vez había existido aquella que se mantenía prisionera de sus propias creencias y privada no sólo de libertad, sino del verdadero amor. Finalmente, se dio cuenta de que todo ese amor que daba a los demás, y por el que tanto se esforzaba para que le devolvieran, nunca se lo había brindado a ella misma.

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